HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 26 de octubre de 2009

Insensatez, de Horacio Castellanos Moya

Horror. Barbarie. Insensatez. Trágica realidad. Frente a este autor, debemos entender que estamos ante uno de los mejores escritores vivos del panorama narrativo latinoamericano. Ante la escritura catártica y convulsa de Horacio Castellano Moya. Un Huracán en papel. Un escritor de vanguardia. Pluma latiente y corazón literario que fue ensalzado por uno de los más grandes literatos de nuestra era: Roberto Bolaño. Prestemos pues atención. Se trata de pensamiento de altura, del elixir de las letras valientes. Inteligencia y furia literaria arrojada al depósito y registro de novelas que denuncian la atrocidad, el salvajismo, la crueldad y el despotismo caníbal que anida en los gobiernos latinoamericanos instaurados por el régimen oligárquico con intereses supracapitalistas norteamericanos volcados en la destrucción de la insurgencia local latinoamericana, los nobles y masacrados indígenas.

Para descubrir la necedad terriblemente perpetrada seguiremos el análisis exánime de mil cien cuartillas impresas, casi como a renglón seguido, sobre el genocidio ejecutado por el ejército de un país centroamericano contra la población indígena desarmada.

Sin prever cuánto cambiará su vida, el personaje que cuenta esta novela acepta un encargo que descubre agobiante y con riesgo: integrar la versión final de un informe que consigna el genocidio padecido por pueblos indígenas de un país centroamericano en cuya capital, con el cobijo del arzobispado, el narrador se enfrenta a más de mil cuartillas que en parte reproducen denuncias de sobrevivientes y testigos. Él atisba entonces un horror que le fascina y abruma, pues encuentra en las palabras que lee metáforas, giros y dislocaciones de lenguaje que recrean ante él, vívidamente, masacres y actos de crueldad que resultan indecibles de otro modo.

Al margen de esa tarea, sin embargo, se describe una realidad cotidiana, a ratos frívola, de la que nuestro personaje no es ajeno. Así, en un contrapunto que crece en ritmo e intensidad, acosado por peligros reales o imaginarios, éste reconoce que no hay distancia ni término suficientes para olvidar una violencia que en adelante habrá de ser su obsesión y su infierno.

El protagonista, encerrado en una casa de retiro espiritual del Arzobispado se entrega las veinticuatro horas del día a la lectura de las barbaridades que relata las mil cien cuartillas, aislado en la más absoluta soledad, masticando una y otra vez las imágenes de la barbarie. Al tercer día empieza a sentir su ánimo quebrantado, poseído por la misma visión perturbadora que tiene del general Octavio Pérez Mena, hechizado por su brutalidad, se ve a si mismo irrumpiendo en la choza de la familia indígena, tomando con su férrea mano al bebé de pocos meses por los tobillos, alzarlo en vilo y luego rotarlo por los aires, cada vez a más velocidad, como si fuese una honda de David desde donde saldría disparada la piedra, girándolo por los aires a una velocidad de vértigo, frente a la mirada de espanto de sus padres y hermanitos, hasta que de súbito chocaba su cabeza contra el horcón de la choza, reventándole de manera fulminante, salpicando sesos por todos lados al calor de la masacre. Allí, en ese minúsculo cuarto con litera, sufría una reiterativa transformación en el teniente Octavio Pérez Mena, oficial a cargo del pelotón destacado para la matanza, así que entraba de nuevo a la choza de esos indígenas de mierda que sólo entenderían el infierno que les esperaba cuando vieran girar por los aires al bebé que él mantendría tomado de los tobillos para reventar su cabeza de carne tierna contra los horcones de madera. Y ese reguero de sesos palpitantes es lo que le hace volver en sí, descubrirse en medio de la habitación, agitado, transpirando, un tanto mareado por los movimientos vertiginosos hechos cuando giraba al bebé por los aires, y al mismo tiempo con una sensación de levedad, como si se hubiera quitado una carga de encima, como si su transformación en el teniente que reventaba la cabeza de los bebés recién nacidos contra los horcones fuera la catarsis que le liberaba del dolor acumulado en las mil cien cuartillas en las que en seguida se volvía a sumir, en un ciclo repetitivo de concentración prolongada con intervalos para la misma fantasía macabra.

El momento de eclosión de la narración llega al cuarto día. Revisando el texto su mente se le va por completo de las manos. Ella sola se transporta indómita al teatro de los hechos como una reportera, a su antojo, caminando por la explanada de la aldea donde los soldados machete en mano tasajeaban a los pobladores maniatados y puestos de hinojos, o entra a la choza donde los sesos del bebé volaban por los aires, o se mete en la fosa común entre los cuerpos mutilados, como si no hubiera tenido suficiente con todo lo leído, hasta el hartazgo. Su mente deambula en un círculo vicioso de imágenes que, al filo de la medianoche, le ha perturbado tanto que apenas logra correr la puerta de cristal para salir al patio frio y oscuro y aullar como un animal enfermo bajo el cielo estrellado y azotado por el viento.

al principio quise haber sido una culebra venenosa, pero ahora lo que pido es el arrepentimiento de ellos

Entre todos esos mártires de la insensatez conoceremos el caso de Teresa, que a sus dieciséis años, por ser hija de una abogada laboralista que defendía a los sindicalistas y que terminaría siendo asesinada, fue capturada en una protesta estudiantil y conducida a las mazmorras del cuartel de la policía, donde padeció los peores vejámenes, golpizas, violaciones sistemáticas y diarias por parte de los torturadores, media docena de psicópatas milicos encabezados por un teniente, de nombre, Octavio Pérez Mena, que hoy, sí, hoy, mientras usted lee este casual artículo que flota en la inmensidad de internet, él, se pasea orgulloso y ufano por esa ciudad anónima y subyugada de Centroamérica. Libre. Indemne. Exento del crimen y del genocidio. Atroz insensatez consecuencia del corrupto poder de los despotismos faltos de revisión internacional.

Los personajes, como Erik; el hidalgo español; el chiquitín de bigotito mexicano; Teresa, la mujer decenas de veces violada; la toledana sufriendo por el novio que la había estafado ; Fátima, quien le contagia la gonorrea al protagonista; Jota Ce o Charlie, forman un cosmos particular que nos permite observar la tragedia de esta insensatez sangrienta que ha mellado la conciencia de sus supervivientes.

“Yo no estoy completo de la mente”

Las frases del dolor resuenan con angustia en la conciencia del protagonista que revisa el manuscrito compuesto por los recuerdos del dolor de la masacre. Este objeto se convierte en un recipiente sagrado que debe proteger de los tentáculos del poder y que pone su vida en riesgo. Es la memoria de un pueblo exterminado. Es la historia de su tiempo. Material que traspasa su piel y su conciencia. Siente el compromiso de ayudarles. Todo el país está plagado de fosas con cadáveres sin un entierro digno. Sus familiares no tuvieron la oportunidad de vivir el duelo junto a sus muertos. Hay una brecha abierta que debe ser cerrada. Cuanto antes. Inexorablemente. Con justicia y humanidad. Algunos indígenas sobrevivientes piden extraviar la memoria y perpetuar el olvido.

herido sí es duro quedar, pero muerto es tranquilo

Esta idea llega a su máxima intensidad en la fiesta del judío neoyorkino, Johnny Silverman, antropólogo forense que trabaja con el Arzobispado, excavando en los diferentes sitios donde se habían registrado las masacres para recuperar las osamentas de las víctimas con el propósito de reconfirmar los testimonios y permitir que los muertos tuvieran su ceremonia de funeral correspondiente al ritual indígena, aunque fuera muchos años más tarde. Para que cesen las pesadillas.

Que siempre los sueños allí están todavía

La inteligencia militar persigue a todos aquellos que van detrás de estos informes que desean cuanto antes destruir. El poder no puede permitir que la verdad emerja. Quien lo intente debe ser aniquilado.

Igual que lo hace la literatura, nuestro mundo también debe atender al genocidio, a la barbarie, a la insensatez. La permisividad hacia estos yugos sangrientos auspiciados con impunidad por el dominio económico y geopolítico de los grupos de presión corporativistas, están generando, a día de hoy, matanzas de un cáliz tan ultrajante y encarnizado que deberíamos desplegar un control sin tregua mediante un ejército de soldados humanitarios dispuestos a derrotar las ergástulas de los despiadados. Vivimos en el tiempo de la zozobra. Pero recuerden...

Todos sabemos quienes son los asesinos.

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