HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sobre los acantilados de mármol, de Ernst Jünger

Hará un año que anoté en mi Libreta Dorada la referencia de este libro visionario y profético. Hoy le toca el turno a un sueño revelador y por desgracia fatídico, de muy rápida lectura. El escritor alemán, Ernst Jünger, escribió este libro en 1939. Supuso la acusación más clara y contundente contra la tiranía que en aquel momento reinaba en muchos países de Europa, no sólo en Alemania. Sus lectores intuyeron que se trataba sin duda de algo más que un mero relato. Tenían ante sí, la declaración de un presagio. Un augurio funesto. En 1945 no pudieron dar crédito a sus ojos. Jünger se adelantó seis años a la historia, narrando con detalle meticuloso todo lo que acontecería en la Gran Guerra, incluida la bomba atómica de Hiroshima. Y todo ello a través de este relato mítico y simbólico, clavado con letras en hojas de papel.

La narración arranca rememorando y describiendo como era la vida en la Gran Marina, un antiguo y civilizado país situado junto a las aguas de un lago, una tierra rica, generosa, cuyos habitantes se dedican al cultivo del trigo y la vid. La religión dominante es el culto a los antepasados, y la vida social, política, jurídica, se rige por un orden tradicional. La belleza, el derecho y la alegría de vivir se funden en una unidad armoniosa. Al norte de la Marina se hallan los acantilados de mármol, que la separan de un paisaje distinto, la Campaña. Allí habitan los pastores, dedicados a la cría del ganado. Practican una religión bárbara, son salvajes e indómitos, pero también poseen la virtud de la hospitalidad y un sentido instintivo de lo justo. Donde acaban los pastos comienzan los bosques, lugares incultos y oscuros donde vive gente sanguinaria y enemiga de la libertad y la dignidad humanas, a las órdenes del Guardabosque Mayor.

Al borde de los acantilados de mármol, en lo alto de una colina, está la Ermita de las Rudas, una casa retirada en la que dos hermanos, el narrador y su hermano Otón, se dedican a sus estudios de «botánica teológica». Desean escribir un tratado sobre la pequeña flora de Marina. Dentro de la Ermita poseen una Biblioteca dedicada a las azucenas. Y con ellos conviven, Erio, hijo del narrador y de Silvia, a quien conoció cuando era soldado y que más tarde se escaparía con un pueblo extranjero; y Lampusa, su abuela materna. La Ermita está poblada por un gran número de víboras lanceoladas que no hacen daño a sus habitantes. Desde su casa los dos hermanos divisan, al otro lado de las aguas, las montañas de Alta Plana, donde habita un pueblo montaraz amante de su libertad. Años antes se había librado una guerra, que luego se perdió, contra los hombres libres de Alta Plana. Los dos hermanos participaron en ella con las tropas llamadas Jinete de Púrpura. Al terminar la guerra renunciaron a las armas y se retiraron a la Ermita.

Un día mientras los hermanos buscan una peculiar orquídea (Cephalanthera rubra) a la que apodarán «Pajarito Colorado de los Bosques», descubren la Barraca de los Desolladores, lugar al que los violentos habitantes de los bosques, bajo las órdenes del Guardabosque Mayor, arrastran y descuartizan a sus víctimas.

Sobre los acantilados de mármol es la historia del nihilismo y la destrucción. En su lectura se distingue una evidente intención política que los lectores de todo el mundo advirtieron ipso facto. Aun así, su autor declaró que no era un texto tendencioso. El Guardabosque Mayor podía ser igualmente Stalin. En plena catástrofe su sueño captó el futuro, incluso en sus pormenores, con más precisión que cuando se hicieron realidad en la vivencia directa. La pareja de hermanos, Ernst Jünger y su hermano Friedrich Georg, se dedicaban también a la misma especie de «botánica teológica» en la realidad, que es la misma a la que se entregan los dos hermanos que aparecen en el libro. El Guardabosque Mayor fue indentificado inmediatamente con Hitler, y la ralea de los bosques con la gentuza nacionalsocialista. Biedenhorn, el cobarde y aprovechado jefe de los mercenarios de Marina, sería la representación del ejército alemán. La Orden de los mauritanos aludía a las innumerables sectas nacionalistas que contribuyeron al derrumbamiento de la República de Weimar. Detalle tras detalle que ejercen de alegorías.

Descubrirán que el relato hace también dos alusiones a la Guerra Civil Española cuando nombra Sagunto y la rebelión en Iberia. Jünger fue receptivo a todas las tiranías y despotismos implantados en Europa. Saquen ustedes sus propias conclusiones con esta frase:

“A veces, cuando soplaba el viento del oeste, teníamos un atisbo del goce de la alegría sin sombras.”

Y por último deseo destacar el personaje de Otón. Es tremendamente noble y luminoso. Aparece como una persona afable y generosa a quien le gusta calificar a los humanos de optimates. Los cuenta a todos entre la nobleza genuina de este mundo puesto que cada uno de ellos podría obsequiarnos con las dádivas más excelsas. Toma a los seres humanos como si fueran vasijas de lo maravilloso y a todos les reconoce derechos de príncipes, como a imágenes sublimes.

Analícenla ustedes. Esta pieza de la literatura es para mí una prueba más con la que poder afirmar nuevamente que la verdad habita en los sueños. La obra de Ernst Jünger respalda con vigor mis creencias. El argumento, como ustedes podrán comprobar, ofrece un rico paisaje de alusiones. Sigo, ineluctiblemente, sorprendiéndome. Ya saben que yo siempre intentaré contagiarles de mi gripe literaria. ¡Achís!

martes, 29 de septiembre de 2009

El quimérico inquilino, de Ronald Topor

Hace una semana explorando en la biblioteca las novedades editoriales me topé con la publicación en Valdemar de la primera novela del inclasificable y surrealista macabro Roland Topor. Pues bien. No podía dejar escapar este regalo del destino. La he leído y he sentido auténtico pavor. He sentido grima y claustrofobia. Desde hoy todos los ruidos que hagan mis vecinos me recordarán el sufrimiento de Trelkovsky o El quimérico inquilino. Esta es una obra diseñada para afligirse en la deformidad psicológica con una gran dosis de humor negro, lo que la convierte en su conjunto en un relato sórdido e inquietante construido con sutileza y gran juicio.

El quimérico inquilino se desarrolla en tres actos (El nuevo inquilino, Los vecinos y La antigua inquilina). La historia narra la progresiva autodestrucción psicológica y física de Trelkovsky, su protagonista, al quedar aprisionado en la espiral de la locura y sus terrores. Trelkovsky es un joven oficinista parisino correcto y discreto, que necesita mudarse y alquila un apartamento que ha quedado libre en la calle Pyrénées, por recomendación de su amigo y compañero de trabajo, Simon. Para el cambio ha de pasar por ciertas negociaciones con Zy, el propietario. Poco a poco las relaciones con los vecinos y su obsesión por el trágico suicidio de la antigua inquilina, le van sumergiendo en una pesadilla llena de extrañas visiones, una grotesca trampa que adquiere las dimensiones precisas de un angustioso apartamento.

Los personajes que van apareciendo en el transcurso de esta mudanza serán la clave de nuestra turbación. Zy, el propietario del inmueble, la arisca portera, el misterioso suicidio de Simone Choule, la antigua inquilina o incluso Stella, su amiga. Ellos generan un ambiente que te envuelve en el conflicto. Leyendo da la sensación de que has quedado atrapado en la desolación de este frío y decadente edificio.

El final inesperado constituye una obra maestra del tercer acto, un desenlace en el que el autor sugiere la terrible idea de la historia circular, del eterno retorno del tormento. Una historia de terror tan estrechamente enrollada sobre sí misma, tan fría, sigilosa y mortal como una serpiente en la cama.

Quiero recomendarles que no se pierdan la película tras leer esta macabra y obsesiva paranoia. Fue adaptada al cine con mucho acierto en 1976 por Roman Polanski. Tanto el reparto como la puesta en escena son inmejorables. Lectura y película forman un binomio muy sólido para introducirnos en las galerías del terror psicológico y reflexionar sobre los bucles a los que nos puede someter la locura. Disfrútenlas. Y atent@s en la novela al detalle del diente. Es sobrecogedor.



Nota: Este sábado, antes de finalizar la lectura, solicité por la mañana el film en la biblioteca y se les había perdido. Por la tarde, escuché casualmente en la radio que Polanski había sido detenido en Zurich (Suiza) a petición de la justicia de EEUU por un delito de violación que tuvo lugar en 1977 contra Samantha Geimer, una menor de 13 años, a la que hizo beber alcohol para abusar de ella miserablemente, en casa del actor Jack Nicholson. Samantha dijo públicamente en 2003 que le perdonaba, pero dejó claro que Polanski la violó deliberadamente. Para evitar la justicia Polanski se fugó a vivir a Francia, donde ha permanecido prófugo más de treinta años sin pagar su castigo. Ahora, a sus 76 años, se enfrenta a una extradición para ser condenado a cadena perpetua y así cerrar el círculo de su atrocidad. Estaré muy atento a esta circunferencia existencial, que tiene una estrecha relación, a mi juicio, con la tercera y última obra de su «trilogía de apartamentos». La mejor obra de Polanski, gracias a la literatura de Topor. En ella podemos observar el poder que da sobre el otro el aislamiento, el sometimiento y la deformación psicológica del individuo apresado. Samantha Geimer se me aparece como la Simone Choule de El quimérico inquilino. Lo dejo como hipótesis de un lector apasionado.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La muerte de Iván Ilich, de León Tolstói

Me ha dejado atónito. Pero lo curioso es que he sentido una angustia reparadora. Catártica. Puedo decir y digo a quemarropa que es la mejor novela rusa que he leído. Y que me perdonen Dostoievski, Biely y Chejóv, pero nuestra cultura occidental está enraizada en Tolstói, fundamentalmente. En su realismo y en su preocupación social. Me rindo a los pies de Tolstói con esta arrolladora pieza sobre la vida y la muerte. Es perfecta de principio a fin. El título atrapó indeciblemente mi curiosidad, pero cuando leí el primer párrafo, el relato secuestró todo mi tiempo elevándome a un Alto Vacío desde donde pude entender con prístina claridad la idea desvirtuada que la conciencia cotidiana tiene de la muerte. Tolstói me ha sometido a un análisis vital. He sido obligado a pensar sobre la vida, irreductiblemente. En estado puro. Aquí se destapa una máscara para que atendamos a la realidad.

La pregunta que nos acecha es la de... ¿qué significa en realidad la muerte?, ¿será decaer en las reglas, en la cotidianidad con sus normas preestablecidas? De esta forma empezamos a darnos cuenta que muere quien se abandona a sí mismo. Y seguirá muriendo hasta que no esté dispuesto a escuchar la voz que le llega de su más íntima esencia. Sólo entonces podrá entender la muerte, librándose de las cadenas cotidianas que le habían alejado de sí mismo. Iván Ilich será la victima de este alienante error existencial y nosotros, desde esa altura vouyerista que nos ofrece la Literatura de Altura captaremos los peligros que encierra perder la autenticidad. Y a su vez, notaremos que cada personaje que está vinculado a Iván Ilich según la posición que toma ante este suceso mortuorio nos permitirá entender cómo debemos resquebrajar este automatismo de la cotidianidad. Quien huye de la muerte se refugia siempre en el ámbito de lo cotidiano, de lo familiar, en los hábitos automatizados y en embalaje de las costumbres que vienen impuestas desde fuera. Es el vivo retrato de la burguesía mortecina y apalancada. Han perdido su fogosa expresión de insurgencia. La única que te devuelve a la vida y te arroja más tarde de ella. La llama.

“Señores —dijo—, ha muerto Iván Ilich.”

El argumento gira en torno a Iván Ilich, un pequeño burócrata que fue educado en su infancia con las convicciones de poder alcanzar un puesto dentro del gobierno del Imperio Zarista. Poco a poco sus ideales se van cumpliendo, pero se dará cuenta de que no ha servido de nada dicho esfuerzo; al llegar cerca de la posición que siempre ha soñado, se encontrará con el dilema de descifrar el significado de tanto sacrificio, y de valorar también el malestar reinante en el pequeño entorno familiar que se ha construido. Un día, se golpea al reparar unas cortinas y comienza a sentir un dolor que lo aqueja constantemente.

“ Todo lo que ha constituido tu vida, es mentira y engaño. Te oculta la vida y la muerte.”

La muerte de Iván Ilitch surgió de una crisis que Tolstói tuvo cuando alcanzó los cincuenta años y que superaría con un radical cambio espiritual. Esta novela de tránsito trata sobre la naturaleza occidental tanto de la vida como de la muerte. Fue aclamada en sendas ocasiones por Vladimir Nabokov y por Mahatma Gandhi como la más grande de toda la literatura rusa.

Se trata de una mirada directa a ese vacío que tanta angustia nos reporta, la muerte. Se lee cómodamente. La narración es limpia. Empieza con suceso turbador y a través de un flashback comenzamos a adentrarnos en la vida de un personaje que nos sirve de espejo. Iván Ilich es la analogía del cristo del s.XIX que busca su redención a una vida que le empieza a parecer una farsa. En todo ese proceso presenciaremos el dolor del alma más que el físico y recuperaremos emociones que nos acercan a la autenticidad. No tiene precio esta obra. Es un talismán de la literatura. Cuando la coloquen en la estantería de su librería el espíritu de Iván Ilich inundará sus casas de pureza existencial y compromiso social. Imprescindible. Más que ninguna otra novela rusa. Absorban pues esta esencia vigorizante mediante la vida muerta de Iván Ilich. Marca.

Ha terminado la muerte —se dijo a si mismo—. No existe ya. Aspiró el aire en medio del suspiro, se estiró y murió.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Petersburgo, de Adrei Biely

En una entrevista que le hicieron a Nabokov en un plató de televisión, nombró por sorpresa las cuatro obras maestras de la prosa del siglo. Y dijo:

"Son, por este orden, Ulysses de Joyce; La metamorfosis de Kafka; Petersburgo de Andréi Biely, y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido".

A partir de ese momento todo un ejército convulso de amantes de la Literatura de Altura se lanzó sobre Petersburgo. Se trataba de una pieza de gran complejidad, inclasificable. Un capricho para el análisis literario y un regalo más para nuestra lectura apasionada.

Así que yo también, denodado, me arrojé a esas calles de Petersburgo. Y lo hice mientras disfrutaba de las hidrotermales aguas del balneario de Vallfogona de Riucorb, en el fortificado Hotel Regina & Spa, sumido en el más absoluto relax sensitivo. Petersburgo, la ciudad, se me presentó como un espacio geométrico cerrado, configurado entre la Perspectiva Nevski (la calle más destacada) y el Neva, entre las callejuelas grises y los palacios rojizos, bermellón, y el verde grisáceo del mar, igual que si fuera un ser vivo, pensante y perceptivo. Dentro de la caótica urbe los personajes eran mostrados como títeres atormentados y grotescos, acosados por misteriosos fantasmas más corpóreos que ellos mismos: el Jinete de Bronce (la estatua de Pedro I, símbolo del poder paternalista y opresor, concebido como alma de la ciudad y del poder de Pushkin), el Holandés Errante, que es el río Neva, con su puerto o el busto de Kant. Un desfile que se fue densificando, transformándose, mediante el extraordinario uso de la sintaxis, y merced a la significación otorgada a ciertos símbolos eximios y eminentes de potente resonancia conceptual.

“Cuando el tren te aproxima a Petersburgo, al despertar, tras la ventanilla ves la desolación: ni un alma, ni una aldea, la misma tierra es un cadáver.”

La novela, sin intención de extenderse, narra las andanzas de un joven revolucionario, Nikolai Apolónovich, que recibe la orden de asesinar a su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich, colocándole una bomba en su estudio, dentro de una lata de sardinas. Contiene un leit motiv sencillo y conciso. Aún así, descubrirán que la ciudad es el verdadero protagonista de la novela. La acción se desarrolla aproximadamente en veinticuatro horas, tiempo suficiente para sacar los grandes temas. El té aparece constantemente en la obra cómo símbolo de exotismo y reflexión. La escalera tenebrosa, amenazante y húmeda. La calle rectilínea. Las tijeras. Las grullas. El desván. El huésped. Pero sobre todo... la maldita lata de sardinas.

“Rusia es una llanura helada; por ella vagan los lobos [...] la sociedad de las cochinillas de humedad.”

Petersburgo posee una autenticidad irrepetible. Es una obra mística, moderna y evocada hacia el tránsito, hacia una autonomía traslúcida de nuevos mundos espirituales. Andrei Biely, escritor, poeta y crítico literario, elaboró con su eléctrico lenguaje nuevas dimensiones de pensamiento que hoy nos transmiten una fuerte vibración intelectual y una bulliciosa luminosidad cognitiva. Inscrita dentro del movimiento simbolista ruso es considerada, casi por unanimidad, el Ulysses petersburgués, en su intento por abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera y por sus experimentos con el lenguaje. Se publicó hacia 1914, por entregas, en la revista Sirin, un poco antes de la Revolución Rusa. El contexto histórico estuvo marcado por la necesidad de ruptura con los valores tradicionales y cristianos, por sus dogmas vacíos e insignificantes para el hombre moderno que atesoraba otro tipo de sensaciones sobre la existencia. Petersburgo esta considerada como la obra maestra de su autor. Nabokov dijo que Andrei Biely fue el autor del siglo XX más importante de su lengua. Todo un piropo tratándose del Siglo de Oro de la literatura. Y por lo tanto una de las novelas fundamentales de la literatura contemporánea que por supuesto no se me podía escapar.

“Desde aquel día grávido en que hasta aquí llegó al galope el jinete de metal, desde el día que subió el caballo a la roca de granito finlandés, Rusia se partió en dos: también los destinos de la patria se partieron en dos; dos partes se hizo Rusia, para sufrir y llorar hasta el último instante.”


Las obras de Biely estuvieron prohibidas en la Unión Soviética entre 1940 y 1965. Su individualismo místico era muy molesto para el Estado. La literatura tiene ese jugoso poder para liberar mentes. Aquí lo sabemos desde hace mucho tiempo. De todas formas, la censura no consiguió del todo salirse con la suya, su escritura caló hondo en muchos otros. Algunos de los escritores sobre los que ejerció una mayor influencia fueron Yuri Olesha, Borís Pasternak y Vladimir Nabokov. Mentes soberbias que le hicieron la guerra a las tinieblas y a la decadencia. Sus armas: la lucidez. Su deseo: el tránsito.

“¡Levántate, Sol!”

lunes, 7 de septiembre de 2009

Hamlet, de William Shakespeare

Asombroso. Tiene una fuerza colosal. He querido que esta lectura fuera lenta, pausada, meditada. Si perdiera la vista y no pudiera leer más, me sentiría reconfortado al menos por haber podido disfrutar de esta soberbia y lúcida pieza de la literatura. Hamlet representa la anatomía de la ambigüedad. Es el personaje más enigmático de la literatura, dueño de uno de los intelectos más poderosos y sobrehumanos que existen. Entrar y experimentar el conflicto profundo de esta obra universal se convierte en un descenso catártico al mundo de las tragedias convulsas y purificadoras. La muerte, esa forma final del cambio, ese tránsito irrevocable, es la preocupación palmaria de este drama sangriento. Hamlet es el embajador de la muerte, sumamente implicado en esta región ignota que nos recordará lo que nos es desconocido o el deseo de renacimiento. Nos enseña la naturaleza de morir. Literatura sabia. Nos contiene a nosotros, siempre llega antes que nosotros y siempre nos espera en algún sitio por delante. Hamlet es titánico y su efecto en la palabra, descomunal. Un huracán de sabios pensamientos, un huracán literario convertido en papel.

“Quien sabe lo que habrá después de la muerte [...] ”

El objeto de la obra es la calavera. El fin de Hamlet consistirá en desenmascarar al asesino incestuoso que mató a su padre y se casó a los dos meses con la adultera bestia de su madre. Su tío. La obra se convierte en una ficción real, en un metateatro que enciende nuestra mirada con ojos refulgentes, que enciende nuestra mente para revisar con furia cada movimiento, cada gesto, cada ilusión y cada palabra que brotan de la evolución de estos hechos que trascienden a nuestra propia vida. La acción corresponde a la palabra y la palabra a la acción. Lo poético está integrado adecuadamente en lo dramático con sutileza y una emoción calculada, silente.

Algo huele a podrido en Dinamarca.

El fenómeno de Hamlet, de este príncipe fuera de la obra, no ha sido superado en la literatura imaginativa de Occidente. Don Quijote y Sancho Panza, Falstaff y tal vez Mr. Pickwik se acercan a la carrera de Hamlet en cuanto invenciones literarias que se han convertido en mitos independientes. Su personalidad está unida en trascendencia al rey bíblico David. El carisma y un aura sobrenatural, rodea su figura. Su eminencia no ha sido disputada nunca, por nadie. ¿Supo Shakespeare todo lo que había volcado en el príncipe Hamlet?

Uno puede sonreír, y sonreír, y ser un villano.

Él representa a un intelectual universitario de una Nueva Era. Dos Hamlets se confrontan, sin nada en común salvo el nombre. Cuando aparece el Espectro de su padre asistimos al encuentro de la Edad Antigua enfrentada al Alto Renacimiento con consecuencias tan extrañas como podamos esperar. Hamlet es consciente de que se le ha asignado una tarea completamente inapropiada para él. Se debate entre dos vías: hacer oídos sordos al destino o luchar para recuperar toda su dignidad y honor real, que su tío Claudio le ha usurpado.

La conciencia nos hace cobardes.

La obra es enorme. Sin cortes. Tiene cerca de cuatro mil versos, y rara vez se representa en su forma más o menos completa. T.S. Eliot dijo que Hamlet era ciertamente un fracaso artístico que parece responder a la desproporción entre el príncipe y la obra porque aparece como una conciencia demasiada inmensa para Hamlet. Sobrehumana. Y no le falta razón para afirmar que en una tragedia de venganza no da bastante espacio para la cimera representación occidental de un intelectual. Hamlet es apenas la tragedia de venganza que sólo finge ser. Es el teatro del mundo como La divina comedia, El paraíso perdido, Fausto, Ulises o En busca del tiempo perdido.

Nuestra efímera vida está rodeada de un sueño.

Aquí, lo más escénico, es la toma de decisiones que comparte con nosotros, y reproducida de manera visible. Lo hace incluso más escénico que espiar tras las puertas, dar golpes o batirse en duelo. Hamlet es la obra predilecta de todos los tiempos y de todos los pueblos. Aquí somos testigos de potentes revelaciones. Dejo algunas de ellas, que tan sólo son la punta de este trágico iceberg.

La brevedad es el alma del ingenio.
El viejo es dos veces niño.
Permita que su discreción sea su tutor; ajuste la acción a la palabra, y la palabra a la acción.
Aunque seas tan casto como el hielo y tan puro como la nieve no escaparás a la calumnia.
Todo lo que nace debe morir, pasando por la naturaleza hacia la eternidad.
Sabemos lo que somos, más no sabemos lo que podemos ser.
El mundo está desquiciado, ¡vaya faena haber nacido yo para tener que arreglarlo!
Presta el oído a todos y a pocos la voz; recibe la censura de todos pero resérvate tu juicio.
Sé fiel a ti mismo, y a eso seguirá, como la noche al día, que no podrás ser entonces falso para nadie.
Cuantas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas engañamos al diablo mismo.

El círculo se cerrará con una Justicia trágica. Hamlet acaba por matar al rey como el rey quería matarlo a él, con el sable envenenado y bebiendo de la copa de la que murió también la reina. Todos los lazos y tramas acaban en muerte. Laertes, Ofelia, el rey, la reina y Hamlet. Muerte, muerte, y más muerte... para suscitar nuestro tránsito. La estética, las metáforas y el contenido les hará enamorarse en cada acto del Reino de las letras, del Reino de la Sabiduría. Adéntrense pues. Esta obra, durante el tiempo que la lean les moverá las pasiones y les mostrará una estimulante guía. Recuerden que fue escrita para ser representada en un teatro. Es allí donde más la disfrutarán. Y donde con más fuerza recibirán la energía que contiene esta obra universal de la literatura. Disfruten del vuelo.


El resto es silencio.