HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 24 de agosto de 2009

El rey Lear, de William Shakespeare

Si quiero leer tengo que elegir, puesto que literalmente no hay tiempo suficiente para leerlo todo, aun cuando no hiciera otra cosa en todo el día. Y de esta imposibilidad surge mi interés por llegar a obras que contengan el Canon literario. Podría acceder a obras que condensen mayor carga de sabiduría y belleza. Auden señaló una vez que reseñar malos libros era malo para el carácter. Pero cuidado. Leer a los mejores escritores no nos convertirá en mejores ciudadanos. Como decía Oscar Wilde, el arte es absolutamente inútil. Fíjense en la magnitud whitmaniana de los discursos de Obama y sus efectos a corto plazo en la sociedad. Producen un goce instantáneo y al poco tiempo se esfuman. Lividecen. Pues bien. De la misma manera existen obras en la literatura que poseen un determinado grado de contagio en nuestra cultura. Goethe y Milton, en este tiempo, han palidecido a causa del cambio cultural. Incluso Whitman, descendiente indirecto de Montaigne, que goza de populismo en la superficie pero que es hermético en su núcleo y esotérico, forjó un Canon más local, el de la literatura norteamericana. Son autores robustos, pero si nuestro deseo consiste en abordar el centro, descubrir el Canon occidental y poder sentir la energía intelectual que atesora el elixir de nuestra misteriosa cultura universal en un día como hoy... no lo duden y dirijan su atención hacia Shakespeare. Él es la apoteosis de la libertad y originalidad estéticas. Nos enseñó la ambivalencia, el narcisismo y el cisma del yo. En sus textos arroja furia y extrañeza. Solo un puñado de escritores occidentales poseen un verdadero carácter universal y ostentan con radiante luminosidad el estandarte del Canon. Junto a Shakespeare le acompañan Dante, Cervantes y Tolstói. Y dejémoslo ahí.

El Canon Occidental existe precisamente con el fin de imponer límites, de establecer un patrón de medida que no es en absoluto político o moral. Ahora existe una alianza encubierta entre la cultura popular y la crítica cultural, y en nombre de esa alianza la propia cognición puede, sin duda, adquirir el estigma de lo incorrecto. La cognición no puede darse sin memoria, y el Canon es el verdadero arte de la memoria, la verdadera base del pensamiento cultural. El Canon es Platón y Shakespeare. Es la imagen del pensamiento individual, ya sea Sócrates reflexionando sobre su propia agonía o el rey Lear enloqueciendo. El Canon nunca se cerrará por completo, quedará siempre una rendija para que sea abierto por la fuerza de una inteligencia como la de Freud, Kafka, Proust, Joyce o Beckett.

Sintetizando en la línea del tiempo y para entender la fuerza del tema que hoy les presento en este Blog huracanado, les detallo un esquema interesante. Toda la literatura que en este momento posee la humanidad está recogida en cuatro eras. La Era Teocrática. La Era Aristocrática. La Era Democrática y la Era Caótica (la nuestra). El universalismo aristocrático de Dante centró el Canon para otros poetas y anunció la era de los más grandes escritores occidentales, desde Petrarca a Hölderlin, pero sólo Cervantes y Shakespeare alcanzaron una completa universalidad y fueron autores populistas en la más aristocrática de las eras. Quien más se acerca a la universalidad de la Era Democrática de la literatura es el milagro imperfecto de Tolstói, al mismo tiempo aristocrático y populista. En nuestra época caótica, Joyce y Beckett son quienes más se le acercan, pero las barrocas elaboraciones del primero y los barrocos silencios del segundo, frenan su camino a la universalidad. Proust y Kafka son los que más poseen la extrañeza de Dante en sus sensibilidades. Y entre ellos se accede al Canon. De esta manera vamos adquiriendo la explicación de nuestra cultura. El testigo del pensamiento.

Tras la muerte de Skakespeare todo fue desencadenándose, era inevitable. Goethe, el más grande hombre de letras alemán y hombre universal, escribió un ensayo en 1815 sobre Shakespeare en el que intentaba reconciliar sus propias actitudes contradictorias ante el mayor poeta occidental. Goethe había comenzado idolatrando a Shakespeare, pero luego había evolucionado hacia un supuesto "clasicismo" que no acababa de encontrar a Shakespeare del todo satisfactorio, y lo había corregido realizando una versión bastante austera de Romeo y Julieta. Aún así, se rindió a sus pies y colaboró siempre en asentar la soberanía de Shakespeare en toda Alemania, por la superioridad de su genio poético y dramático. Tal vez Pushkin y Turguéniev fueron sus más atinados críticos del siglo XIX. Pero el testigo fue avanzando. Su obra no tenía parangón.

William Shakespeare escribió treinta y ocho obras de teatro, de las cuales veinticuatro de ellas son obras maestras. Su expresión no fue tan sólo el indicador de las energías sociales del Renacimiento inglés. Su obra emite un eco universal y es indicador de la psique y de las emociones de todas las razas que pueblan el planeta Tierra. Shakespeare pone en escena nuestras vidas. Sus personajes perciben y afrontan sus propias angustias y fantasías que debió captar en el Londres mercantil de su época.

La influencia de Shakespeare en nuestra Era Caótica no ha perdido vigencia, en particular sobre Joyce y Beckett. Tanto Ulises como Fin de partida son esencialmente representaciones shakespearianas. En el Renacimiento norteamericano estuvo presente en Moby Dick y en Hombres representativos de Emerson, aunque actuó con más sutileza sobre Hawthorne. Sin embargo no es esa influencia lo que hace que el Canon se centre en él. Si puede decirse de Cervantes que inventó la ironía literaria de la ambigüedad que triunfa de nuevo en Kafka, Shakespeare puede ser considerado el escritor que inventó la ironía emotiva y cognitiva de la ambivalencia tan característica de Freud. En presencia de Shakespeare se desvanece la originalidad de Freud, cosa que no le habría sorprendido a Shakespeare quien comprendía cuan sutil es la frontera que distingue la literatura del plagio. El plagio es una distinción legal, no literaria, al igual que lo sacro y lo laico constituyen una distinción política y religiosa, y ni por asomo son categorías literarias.

Shakespeare y su compañía representaron El rey Lear el mismo día que se publicó en España la primera parte de El Quijote.

Los doce personajes principales se dividen a partes iguales entre justos e injustos. La mitad son buenos, la otra mitad son malos. Todos acaban destruidos, los nobles, los innobles, los perseguidos y los que persiguen, los torturados y los torturadores. La vivisección durará hasta que el escenario quede vacío.

“Somos para los dioses lo que las moscas para los niños; nos matan para su diversión.”

El perverso Edmundo, Lear, Edgar o Gloucester se contemplan objetivamente a sí mismos en imágenes forjadas por sus propias inteligencias, y se les otorga la capacidad para verse como personajes dramáticos y artífices estéticos. De este modo se les hace libres artistas de sí mismos, lo que significa que son libres para escribirse a sí mismos, para lograr cambios en su yo. Oyendo casualmente sus propios monólogos y sopesando sus reflexiones, cambian y a continuación contemplan esa otredad del yo, o la posibilidad de ser ese otro. Dispuestos al tránsito.

El inicio es como un cuento infantil en el que hay dos hijas malas y una buena. La buena, Cordelia, morirá ahorcada en la prisión. Las hijas malas también morirán, pero antes se convertirán en adulteras, y una de ellas en asesina y envenenadora de su marido. Se rompen todos los vínculos y se derrumban todas las leyes divinas, naturales y humanas. Se desintegra por completo el orden social: el reino y la familia. No quedan ya ni rey ni súbditos, ni padres ni hijos, ni esposos ni esposas. No hay más que grandes bestias renacentistas, devorándose unas a otras como monstruos en las profundidades. Todo ha sido condensado, dibujado con trazo grueso, y los personaje apenas aparecen esbozados. La historia del mundo transcurre sin más psicología ni retórica. Es acción en estado puro.

BUFÓN: Amo, dame un huevo y te daré dos coronas.
LEAR: ¿Y cómo habrán de ser esas dos coronas?
BUFÓN: Las mitades del huevo después de que partido me coma lo de dentro. Cuando partiste tu corona y cediste ambas partes, te cargaste el burro a la espalda para cruzar el barro. [...] Ahora eres un cero sin más cifras, y yo soy más que tú; soy un bufón, y tu nada.
(Acto IV, iv)

Todos los personajes son desarraigados, expulsados de su situación social; tienen que caer hasta que alcancen la más completa de las humillaciones. Tienen que tocar fondo. La caída no es sólo una parábola filosófica, como el salto del ciego Gloucester al abismo. Shakespeare desarrolla este tema con insistencia, repitiéndolo al menos cuatro veces. La caída es al mismo tiempo física, espiritual, corporal y social.

Al principio hubo un rey, con su corte y sus ministros. Después hay cuatro mendigos que yerran por los caminos bajo violentos vientos y una intensa lluvia. El proceso de degradación es siempre el mismo. Se pierden todos los elementos distintivos de un hombre: los títulos, la posición social, incluso el nombre. Los nombres tampoco son necesarios. Uno es sólo una sombra de sí mismo; sólo un hombre. Antes de que comience la moraleja, todos tienen que quedarse desnudos. Desnudos como gusanos.

“Anoche vi durante la tormenta a un hombre así que me hizo pensar que el hombre es un gusano.”

Para que un hombre se quede desnudo, o más bien, se convierta sólo en un hombre, no basta con quitarle su nombre, su posición social, no basta con despojarle de su carácter: hay que mutilarlo y masacrarlo, moral y físicamente, hay que convertirle, como al rey Lear, en "un mero despojo de la naturaleza" y preguntarle entonces quién es. Se trata por lo tanto de un proceso de desplazamiento y mutilación del hombre, no en la obra de Shakespeare, sino en la literatura y el teatro contemporáneos.

Lear y Edmundo no intercambian ni una sola palabra en toda la obra, aún compartiendo en dos ocasiones escenario. El primero en profusamente apasionado mientras que el segundo es notablemente frío y distante. Edmundo es el límite extremo de la maldad, la primera representación absoluta de un nihilista que se permite a la literatura occidental, y aún sigue siendo la más grande. Desde este personaje han surgido más tarde los personajes nihilistas de Melvill y Dostoievski.

Tanto la naturaleza como el estado están heridos de muerte, y los tres personajes supervivientes salen en una marcha fúnebre. Lo que más importa es la mutilación de la naturaleza, y nuestra idea de que lo que es o no es natural en nuestras vidas. Tan apabullante es el efecto al final de la obra que todo parece ir en contra de sí mismo.

Y, ¿por qué la muerte de Lear nos afecta simultáneamente de un modo tan intenso y ambivalente? ¿qué le otorga ese poder de tránsito?¿es su furia y su extrañeza? Tengan por seguro que lo descubrirán ustedes mismos, gracias al más grande escritor que podremos llegar a conocer. Shakespeare nos lleva a la intemperie, a tierra extraña, al extranjero, y nos hace sentir como en casa. Su poder de asimilación y contaminación es único, y constituye un perpetuo reto a la puesta en escena y a la crítica. Él conserva la supremacía estética. El tiempo lo ha consagrado como un autor eterno, deconstructible, que puede llegar a explicar nuestra cultura.

Recuerden que las principales figuras del Siglo de Oro español como Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Fernando de Rojas y Góngora, derramaron en la literatura una completa exuberancia barroca procedente de Shakespeare y su visión romántica. La visión del abismo jamás nadie la ha superado. Un ciego podría volver a ver leyendo a Shakespeare.

La literatura, la filosofía y el pensamiento están shakespearizados. Su intelecto es el horizonte más allá del cual, en el presente, nada vemos. En Shakespeare se encuentra el verdadero psicoanálisis de Freud, porque Shakespeare es la psique convertida en literatura, es el Canon intemporal que arremete contra nuestra conciencia dormida. Nos dejó la mejor prosa y la mejor poesía de la tradición occidental, la mejor representación de los seres humanos, el papel de la memoria en la cognición, la esfera de la metáfora a la hora de sugerir nuevas posibilidades para el lenguaje. Estas excelencias particulares han hecho que nadie pueda igualarle como psicólogo, pensador o retórico. Entren en la corte del Rey Lear y sus vidas experimentarán un nuevo tránsito. Adelante, el libro les devolverá imágenes más depuradas de sus propios conflictos, de su ansiedad o de sus temores. Yo les tendré por los más valientes lectores. Adelante. Y para cerrar el círculo les aconsejo que intenten ver la adaptación de Grigori Kozintsev que realizó en 1971 con la colaboración del escritor y Premio Nobel Boris Pasternak, en Korol Lir. La película tiene el tono severo del expresionismo soviético. Ofrece una perfecta combinación de elementos visuales y sonoros que le precipitan a hacia la tragedia de El rey Lear. Entender es crecer. ¡Hasta la próxima, amantes de la literatura!

REY LEAR: Al nacer lloramos por haber venido a este gran teatro de locos.

2 comentarios :

Gonzalo Muro dijo...

Las teorías de Harold Bloom son muy polémicas pero tienen la virtud de hacernos pensar en la Literatura con un enfoque novedos.

En cuanto a esta obra de Shakespeare, pasa por ser una de las más imperfectas pero también una de las que más cuestiones aún vigentes oculta. Tu post es un buen ejemplo de esa vigencia.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Querido amigo:

No puedo discrepar de ti respecto a las virtudes que encuentras en Shakespeare ya que no soy capaz de comprenderle en su lengua original. Pero he batallado las primeras páginas de 'Romeo y Julieta', comparando en texto original con la traducción (de Catedra). Mi impresión de esas páginas fue pésima, sus metáforas sexuales me parecieron de mal gusto, no por ser sexuales, si no por las imágenes que utilizaba, sencillamente no eran bellas, o así lo percibí en su día.

Por otro lado, cabría en tu artículo mencionar que la genialidad de William Shakespeare está hoy en día muy cuestionada, ya que se duda (mucho) de su autoría de los textos que han consagrado su nombre. Se habla de que pudieron haber sido escritos por Marlowe, o por otros, hay diferentes hipótesis.

Como los defensores de Shakespeare sois mayoría, y quede fascinada con la película 'El sueño de una noche de verano', apunto en mi lista de cosas por hacer 'volver a intentarlo con Shakespeare'. ¿Quién sabe? Alomejor descubro que mi percepción durante la lectura de 'Romeo y Julieta' estaba algo alterada, puede ser, solía ocurrirme en el pasado, el ver cosas que no estaban en ninguna parte. Lo intentaré con sus sonetos, que acabo de comprar en edición bilingüe de Galaxia Gutemberg.

¡Ya veremos!